viernes, 13 de mayo de 2016

Por la Sierra de Atapuerca

El camino de Santiago a su paso por Atapuerca

Son las diez de una agradable mañana primaveral y acabo de cubrir los 17 kilómetros que me separan de Burgos. Mientras busco un lugar para aparcar, veo una hilera de peregrinos jacobeos que se dispone a afrontar la subida que les dejará en lo alto de la Sierra de Atapuerca. Afortunadamente la ruta que voy a realizar comienza justo en el sentido contrario al que lleva toda esta gente. Algo me dice que el Camino de Santiago se está masificando.


La iglesia de San Martín de Tours en lo alto de Atapuerca
Atravieso la localidad y aparezco en el altozano donde se levanta la iglesia de San Martín de Tours, del siglo 15, con elementos góticos y renacentistas. Junto a los muros del templo se divisa una bella panorámica del amplio valle y de las cinco lagunas (que muy pocos peregrinos disfrutan). Hasta aquí llega el sonido que interpretan las aves y batracios que habitan o transitan en el sistema lagunar. Algo sorprendente.

Las lagunas rebosantes de vida esta primavera

A medida que me aproximo el volumen de la música crece. Las lagunas están cercadas pero hay un observatorio de madera a la izquierda al que se llega por un camino entre chopos. Desde esta caseta se percibe que las lagunas están llenas de vida, tanto vegetal como animal. Lástima no haber traído los prismáticos.

Los chopos allá donde hay un poco de agua
En Atapuerca se produjo, en el año 1054, un notable hecho histórico: la batalla que enfrentó al rey de León y conde de Castilla, Fernando I y a su hermano García Sánchez III, rey de Pamplona. Se impuso el castellano y, desde esa fecha Navarra se incorpora a Castilla.

Por entre los campos, en un agradable paseo, discurre el viejo camino que conduce hasta Olmos de Atapuerca. El paisaje aparece surcado por hileras de chopos a cuyos pies corre el agua.


Camino entre campos para llegar hasta Olmos de Atapuerca

En Olmos llego hasta la plaza donde se alza la iglesia de la Natividad de Nuestra Señora, gótica de finales del siglo 14, aunque con elementos renacentistas posteriores. Es curioso que la portada esté orientada al sur y esté protegida por un porche. Al norte se adosa un pequeño cementerio.

Al resol primaveral, sentado en un banco desvencijado, descanso un rato y repongo fuerzas. Luego busco el camino que me conduce hasta el coto minero de la localidad, de gran tradición en Olmos y hoy acondicionado para las visitas, aunque no sé si el proyecto se ha ejecutado en su totalidad.

Iglesia de la Natividad con su portada lateral renacentista

Se ven las ruinas de diversos edificios, varias bocas de acceso, alguna explotación a cielo abierto. Veo también carteles que anuncian visitas a la mina Esperanza. Subo hasta un mirador y doy algunas vueltas por el lugar, más por atraído por la belleza del paisaje que por interés minero. Esto de las minas siempre me ha dado un poco de claustrofobia.

El camino inicia ya una gran curva y, por una breve desviación se puede asomar uno hasta el lugar en el que se divisan las grandes antenas de una instalación militar en lo alto de unas cimas. Las dependencias militares tampoco me fascinan y la dejo a un lado.

Hay que trepar un rato, por un camino algo embarrado, para acceder a lo alto de la sierra. El premio es una bella panorámica y el llanear por las alturas, lo que siempre me produce euforia y una gran sensación de libertad. Obvio decir que las vistas son magníficas.

El coto minero de Olmos

En un cartel me informo sobre varias características de la sierra que piso:
“La acción simultánea del fuego, el hacha y el sobrepastoreo en estas zonas elevadas, han causado daños irreversibles a la cubierta vegetal, transformando los bosques originarios de encina, sabina y quejigo, en páramos y secos pastos.” Sobran los comentarios. Contento de poder disfrutarla aún.

Por las alturas de la sierra vuelvo a toparme con los peregrinos, bastantes en bicicletas y la mayoría extranjeros. Donde comienza la bajada está la gran cruz de Matallanas, a cuyo alrededor los caminantes han acumulado piedras, zapatillas viejas, inscripciones y otros objetos.

Alto de Matallanas

Me separan dos kilómetros de Atapuerca. Cuesta abajo. Los peregrinos, por el contrario, ascienden. Me cruzo con quince o veinte en pleno esfuerzo. La vista hacia el este es la de una gran llanura que se cierra, a lo lejos, por una montaña alargada, de cima llana, que llevo contemplando todo el día pero que no consigo identificar. Supongo que se trata ya de la Sierra de la Demandao, tal vez, los Montes de Oca.

Poco antes de llegar a mi destino, a mano izquierda y junto al camino, hay un grupo de chopos y varias mesas de piedra. Me acomodo y doy cuenta de mi comida, mientras escucho el alboroto de los pájaros y contemplo el paso de más peregrinos.


Cabaña del Neolítico expuesta en el CAREX

Para completar el día me acerco con el coche hasta el Centro de Arqueología Experimental (CAREX), que está a tiro de piedra de la localidad. Aprovecho para señalar que la carretera de acceso necesita un parcheado con urgencia. En el centro se expone y se informa sobre la forma de vida de los primitivos pobladores de la sierra, la fabricación de utensilios, de cerámica, del fuego. Todo ello de forma experimental. Particularmente interesante me ha parecido el espacio dedicado a la alimentación humana a lo largo de la evolución.

Cuando regreso a Burgos lo hago con la certeza de que me queda mucho por explorar en esta atractiva comarca y que la visita a los yacimientos, que requiere cita previa, va a ser ineludible.